Joaquín Sabina; pinceladas de una genialidad


Poder reflejar en una mínima parte la aportación que Joaquín Sabina nos ha dejado en la música es un imposible. Son más de 4 décadas con composiciones donde desbordan brillantes letras de poesía cotidianas, rimas ocurrentes, y auténtico sabor castizo al que sólo se le puede llamar "Sabina". En cada verso de sus canciones ha ido esparciendo semillas de melancolía, irreverencia, tristeza, belleza... porque él es todo un maestro en el uso de las palabras ensamblándolas a una melodía. 

Para ello ha contado con la colaboración en muchas de sus composiciones y giras con Pancho Varona y Antonio García de Diego, y ya en su más reciente etapa principalmente con Leiva, su nuevo compañero de viaje. Son canciones donde ha ido reflejando su particular forma de ver la vida, en ocasiones con crudeza, en ocasiones con irónica ternura, pero siempre empleando la palabra justa que te haga saltar como un resorte tocándote la fibra sensitiva. Una vida cargada de excesos por el alcohol, tabaco y drogas. Una vida curtida por las heridas de procesos depresivos, por el infarto cerebral que lo llevó al hospital, o el derrame cerebral que también sufrió tras su aparatosa caída del escenario de un concierto en Madrid. 

Su áspera y rugosa voz, si bien no es la herramienta idónea para el desarrollo de su actividad, si ha sido la leal compañera en su travesía por la música. Es el reflejo del sendero vivido lleno de rampas y curvas sinuosas que -como dice en una de sus muchas e increíbles canciones- desafiando el oleaje sin timón ni timonel, y luciendo los tatuajes de un pasaje bucanero, ha acompañado a muchos en su recorrido por la vida. Como dije en un principio, es imposible poder reducir en unas pocas canciones su obra tal y como me habría gustado dejar reflejado en este espacio, pero cualquiera de ellas es una pincelada maestra de la genialidad de un hombre venerado y único.
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Letra
Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá;
yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado
con ganas de llorar.
Yo no quiero vecinas con pucheros;
yo no quiero sembrar ni compartir;
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta,
brindar a tu salud.
Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardín;
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.

Yo no quiero juntar para mañana,
no me pidas llegar a fin de mes;
yo no quiero comerme una manzana
dos veces por semana
sin ganas de comer.
Yo no quiero calor de invernadero;
yo no quiero besar tu cicatriz;
yo no quiero París con aguacero
ni Venecia sin ti.

No me esperes a las doce en el juzgado;
no me digas "volvamos a empezar";
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado,
ni orgullo ni piedad.
Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

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